Archivo líquido
Archivo líquido, 2024-2025. Registro fotográfico de la dispersión de cenizas humanas en el océano Pacífico.
El humo que se dijo niebla
En 2024, los cerros costeños de Acapulco se incendiaron. Era primavera y la ciudad se ahogaba en su propio calor. El fuego no iluminaba; devoraba. En esas noches negras, los recuerdos de muchos se desvanecían entre cenizas. Los paniques—como llamo ahora a los narcotraficantes, porque el término me parece más local—consumían más que la tierra: borraban lo que quedaba de un pasado incómodo.
El incendio, que muchos creyeron accidental, no era más que una creación deliberada. No purificaba la tierra; ocultaba la memoria. El fuego no solo arrasaba, sino que desterraba lo que no debía ser recordado, como un gesto decidido para que el presente no fuera interrumpido.
Esos incendios fueron el código impuesto de un despojo, no solo de tierras, sino de historias, de aquellos que ya no estaban, pero seguían, de algún modo, presentes.
El humo que se dijo niebla, 2024-2025, ceniza sobre papel, 27.94 x 21.59 cm c/u
El paisaje, cuerpo marcado por las múltiples violencias de una modernidad que nunca cumplió su promesa. Aquella que, al alumbrar el rostro de unos pocos, dejó a otros con el peso de un resentimiento compartido, una historia fragmentada. La geografía, al igual que las memorias de los hombres, se presenta no solo como un archivo de hechos pasados, sino como metáfora viva, en constante mutación. La memoria, lejos de ser un depósito estático, se disuelve, fluye, se transmuta en otro ser que persiste sin límite ni fin. Es un rechazo al olvido, a esos límites de la conciencia que pretenden borrar lo vivido.
El escudo de Acapulco es la representación exacta de su propia etimología: lugar en donde fueron arrancados o arrasados los carrizos. Un acto, en su origen, que nombra. Pero al pensar en ello, la palabra se fragmenta, se disgrega en múltiples interpretaciones. Si esa es la forma del nombre, entonces, ¿qué sucedería si miramos el paisaje de otra manera? ¿Qué si su síntesis, esa imagen del puerto, pudiera ser reconfigurada a partir de sus cenizas? No como un recordatorio, sino como una nueva naturaleza, una selva negra que surge de los escombros de lo que alguna vez fue.
Esta premisa me llevó a recolectar las cenizas de ese paisaje arrasado. Dispuse los elementos del escudo, a excepción de las manos que, de manera literal, arrancan los carrizos. No quise presencia humana, sobre todo porque esa mano me remite a lo que, en la Costa Chica de Guerrero, llaman corazón atravesado, la mano capaz de atentar contra los suyos, contra su memoria y su territorio. De esto surgieron pinturas hechas con cenizas, donde solo permanecen los vestigios de los carrizos. Estos restos ahora me sugieren otras lecturas, como las que descifran lo que se oculta en el olvido, en los bordes de lo que ya no existe. Resistencia.